miércoles, 7 de noviembre de 2012

Facultades O Potencias Sensibles


Potencias o facultades son, pues, los principios potenciales de las diversas operaciones que pueden ejecutar los seres vivos. “Principios” indica que son el origen de donde nacen tales actos. “Potenciales” indica que no siempre actúan sino que hay alternancia entre el actuar y el omitir la actuación. “De operaciones” indica que cada una ejerce distintos actos. 

Las facultades o potencias no se reducen a los órganos. Aunque existe una estrecha relación, no hay que confundir el soporte orgánico de la facultad con la facultad misma entera. Así, por ejemplo, la facultad de la vista no se reduce al ojo, o si se quiere, no se agota en organizar los componentes somáticos del ojo (retina, córnea, bastoncillos, cristalino, etc.), sino que da para más, ¿para qué?, precisamente para ver. Pero el acto de ver no es retina, córnea, bastoncillos, cristalino, etc., ni la suma de ellos, porque el ver no se ve, esto es, no es corpóreo.

A todas las facultades sensibles animales y humanas les ocurre lo mismo: además de vivificar su órgano, les sobra vida para realizar sus actos no orgánicos propios. Lo cual indica que la facultad es más que órgano y que sus actos tampoco son orgánicos. las potencias sensibles se distinguen precisamente por la medida de ese sobrante o ese más de vida que salta por encima de las necesidades orgánicas. Unas potencias son más que otras en la medida en que aquél principio que organiza y vivifica el órgano sobrepuja respecto de su papel de estructurar lo orgánico. 

La jerarquía entre las distintas facultades sensibles
Las facultades están ordenadas entre sí, y también sus órganos. Pero el orden entre las facultades, y consecuentemente entre sus órganos, lo marca la jerarquía. Se patentiza este orden por la dependencia de unas potencias respecto de otras. Por ejemplo, del sentir −sensorio común, en lenguaje aristotélico, percepción en denominación actual− dependen los sentidos externos, pues en rigor no se ve, oye, etc., si no se siente que se ve, oye, etc. La dependencia implica, pues, una subordinación de las potencias inferiores a las superiores.

La escala jerárquica entre las potencias tiene en la cúspide de la pirámide a la inteligencia. Todas las facultades están subordinadas a la razón, pues están en función de ella.

La clasificación de las potencias y funciones humanas: En los sentidos externos, cinco facultades: tacto, gusto, olfato, oído y vista. En los internos, cuatro: sensorio común o percepción sensible, memoria, imaginación y cogitativa (llamada estimativa en los animales). Dentro de las apetitivas sensibles, dos: apetito concupiscible y apetito irascible. En las locomotrices no suelen establecerse distinciones, aunque son patentes. Por último, en las intelectivas, dos: la voluntad y la inteligencia.

La distinción entre la funciones animales a nivel vegetativo 
Las funciones vegetativas son las que tienen por objeto el mismo cuerpo, siendo éste vivificado por el alma a través de ellas. Se trata de tres funciones distintas: la nutrición, el desarrollo y la reproducción. 

La primera de las funciones vegetativas, la más baja, es la nutrición, a la que también se llama metabolismo. La nutrición consiste en asimilar a sí, al propio cuerpo, lo externo posible de ser asimilado. Al ser asimilado, lo inorgánico es transformado, porque pasa a ser orgánico, vida de la vida del ser vivo. La nutrición transforma la índole de lo físico.

La reproducción es la actividad mediante la cual se reduplica un organismo. Como los vegetales y animales están cada uno de ellos en función de la especie.

 El desarrollo o crecimiento es la función central de la vida vegetativa. En sentido estricto no consiste en un aumento de tamaño, en ser más alto, grueso, etc., sino en la operación que lleva a cabo la distinción orgánica.

tales funciones en el hombre están vinculadas a lo psíquico y personal.

La distinción en los sentidos externos:
Los sentidos externos son aquellas facultades sensibles que además de vivificar a su propio órgano corpóreo, permiten conocer de modo sensible las realidades físicas particulares que están presentes. 

Los sentidos externos son cinco: tacto, gusto, olfato, oído y vista.

En los sentidos externos se pueden diferenciar dos grupos:
  • Los inferiores: tacto, gusto y olfato.
  • Los superiores: oído y vista. 
A los primeros se les llama así porque conocen la realidad física muy pegados a ella; muy inmutado su soporte orgánico. A los segundos se les llama superiores porque conocen a distancia, más formalmente, es decir, sin ser tan afectados, inmutados, en su base corpórea por la realidad física sensible.

Sentidos internos:
Los sentidos internos son cuatro: sensorio común, (también denominado conciencia sensible o percepción) la imaginación, y la cogitativa.

En cuanto a los sentidos internos las diferencias del hombre con los animales son evidentemente más marcadas en los sentidos superiores, que en el sensorio común. Nuestro sensorio común o  percepción sensible siente en común los actos de los sentidos externos, pero nota que la distinción jerárquica entre ellos es la mejor posible para conocer la realidad sensible, porque conocemos más con los más cognoscitivos que con los menos, asunto ausente en los animales que carecen de esa jerarquía. 

Tomemos ahora en consideración los otros tres sentidos internos, que son más altos que la percepción sensible. 

La imaginación nuestra no es meramente reproductiva, sino creadora. 

Nuestra memoria sensible no es sólo remisniscente, sino que la podemos dirigir para evocar lo que nos interesa o para crear, por ejemplo, reglas nemotécnicas. Evidentemente esa dirección depende de la inteligencia. 

En cuanto a la cogitativa humana (estimativa en los animales) ésta conoce lo individual bajo su naturaleza en común. 

La naturaleza en común no es propia de un sujeto sino de todos los de la especie. 

La distinción en los apetitos sensitivos:
Los apetitos sensibles son la inclinación que sigue al conocimiento sensible. El modo de apetecer de estas tendencias es distinto del que sigue a la razón, el propio de la voluntad

Lo propio del apetito sensible es desear lo sensible, y consta de dos inclinaciones suficientemente distintas: el apetito concupiscible y el irascible, 

El primero inclina a buscar lo conveniente y a evitar lo nocivo actualmente percibido (ej. el deseo de comer ya este caramelo que nos están ofreciendo; el retirar la mano instantáneamente de ese objeto que nos está quemando, etc.). El segundo mueve a resistir lo adverso y conseguir de modo arduo lo conveniente, ausente ahora pero alcanzable en un futuro próximo (ej. encontrar un refugio que de la lluvia nos proteja). 

En los posibles conflictos entre diversos apetitos tiene, si la persona quiere, las de ganar el apetito irascible, porque es superior, más fuerte que el concupiscible
. Pero a veces, si la persona desea, se deja llevar por las apetencias instantáneas sin atender a las reclamas del irascible.

Ambos apetitos en el hombre son dirigidos por la razón, y se subordinan también a la voluntad.

La distinción en los sentimientos sensibles:

Los sentimientos son los estados en que se encuentran las facultades sensibles. Evidentemente ello depende en buena medida de la disposición corporal.

Los sentimientos sensibles son, pues, estados de ánimo que acompañan al conocimiento sensible y que se sitúan en la facultad. 

tales sentimientos son sensibles porque son consecuencia de los actos cognoscitivos de las facultades sensibles. Los sentimientos son la información acerca del estado de la facultad sobre la conveniencia o inconveniencia de los objetos conocidos, deseados, etc., por los actos de la facultad respecto de ésta. Por ejemplo, los colores de un atardecer soleado son agradables para la vista cuando el soporte orgánico, los ojos, están bien dispuestos; no cuando se posee fiebre y se prefiere mantener los ojos cerrados.

Como la facultad sensible es orgánica, cambia, y por eso sucede que los sentimientos son cambiantes. Los colores de un paisaje otoñal que un día se ven como agradables, otro día, por cansancio, por falta de fuerzas físicas, por hambre, sueño, resfriado, etc., se pueden ver con desagrado.

La sensibilidad no es ni única ni unitaria, de modo que se puede “sentir” a la par agrado ante lo que se ve (ej. un paisaje espléndido de altas montañas nevadas en invierno) y desagrado ante lo que se toca (ej. un frío espantoso en esa misma excursión alpina). 

Si al amor personal se le llama extensivamente sentimiento, pues muy bien, pero téngase en cuenta que ese amor cabe sin “sentir” nada, “sintiendo” incluso dolor, o “estando” corporalmente mal. Si los sentimientos sensibles acompañan a ese amor, pues estupendo. Si no, pues es una pena, porque podrían acompañarlo, pero como de hecho no hay completa armonía en el compuesto humano, lo importante es darse cuenta que uno no se reduce a sus estados de ánimo.

Los sentimientos o la afectividad son indicativos para obrar, porque sin ellos el conocimiento sensible no puede ser seguido por tendencias. 

Delegar todo el querer humano al sentimiento es acomodarse a la mediocridad. La afectividad es pasiva, porque los órganos reciben afecciones. Si ésta no es ordenada por la inteligencia, y si no es gobernada por la voluntad, intenta colorear toda nuestra vida, pero entonces, por ser pasiva, tropieza y se aplasta ante la dureza de la vida que le hace frente. 

hay que educar los sentimientos. ¿Cómo? Poniéndolos al servicio de la inteligencia, de la voluntad; en rigor al de la persona. Conviene que los sentimientos estén proporcionados al amor personal. El cariño interior se ayuda de los sentimientos en su manifestación. Por eso, una afectividad moderada por la razón y regida por la voluntad ayuda a hacer la vida humana más agradable.


1 comentario:

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